domingo, 2 de mayo de 2010

KOYAANISQATSI














Título: Koyaanisqatsi
Dirección: Godfrey Reggio
Producción: Godfrey Reggio, Guión Ron Fricke, Michael Hoenig, Godfrey Reggio, Alton Walpole, Música: Philip Glass, Editor Ron Fricke, Alton Walpole
Fotografía: Ron Fricke
Datos y cifras
País(es): Estados Unidos
Año: 1983
Duración: 87 minutos
Idioma(s): Inglés

Compañías
Distribución: New Cinema, y Island Alive, (EE. UU.)

Koyaanisqatsi es una película montada sobre un flashback general que pretende abarcar la historia del hombre en su totalidad como la progresiva dominación de la tecnología de todos los aspectos de la vida humana, nacida, sin embargo, de la propia naturaleza. El flashback tiene un claro sentido mitológico y escatológico, por cuanto introduce el aspecto de la destrucción como elemento vertebrador de toda la historia. Uno de los grandes avances del hombre tecnológico: la nave espacial que es lanzada desde la tierra a explorar el universo es destruida. La destrucción forma parte de la propia esencia técnica del hombre, y por tanto, en el pecado tiene, por así decir, su penitencia. El hombre sufre constantemente el castigo divino por el pecado de hybris e insolencia con los dioses. La película articula ese mensaje general sobre la base de una construcción de secuencias en las que se insiste constantemente en la idea de que “así no se puede vivir”. Esta idea que enfoca la tecnología desde un lado, diríamos, pesimista, en el estilo ya inaugurado por Don Quijote o Rousseau, parte del principio de que este modo de vida es insostenible. La voz “Koyaanisqatsi” va a significar precisamente eso: vida en tumulto, modo de vida que clama por un cambio, etc. Sin embargo, cabría plantearse en qué sentido pueden vivir seis mil millones de hombres y mujeres si no fuera por este modo particular de organización tecnológica de la vida. Cabría preguntarse si es el modo tecnológico de producción y de vida, de distribución de la riqueza y del trabajo, el que determina la maldad intrínseca y la crisis que vivimos en la actualidad. Seguramente, si recordamos las tesis ya mantenidas por los marxistas soviéticos en 1931 y seguidas después por Bernal, y otros marxistas occidentales, el argumento cambiaría significativamente. Una denuncia pura y simple de la tecnología oculta los procesos sociales y políticos conforme a los cuales ella toma lugar. Y aunque en su origen haya que buscar la revolución industrial y el desarrollo del sistema burgués, es evidente que el modelo tecnológico no es malo en sí, si tenemos en cuenta que somos seis mil millones de personas. Esta es la cuestión. De modo que habría que señalar que no es la tecnología como tal, sino su modo de distribución y la forma que tienen los hombres de participar en su propiedad aquello que hace en realidad que ese mundo tecnológico sea realmente nefasto y justificar así la voz “koyaanisqatsi”. No cabe duda de que cualquier tipo de sociedad igualitaria, ecologista, y respetuosa con todos los valores que propone la película deberá ser socialista o no será, si quiere dar cuenta de la vida de los seis mil millones de personas. Es un grito parecido al que Rousseau, a las puertas de la revolución industrial, emitió en Dijon. El pesimismo ideológico ante una realidad que no entiende. Pero concebir el mundo como el fruto de un proceso impersonal en el que las relaciones sociales son consecuencia de la técnica y no al revés, es no solamente equivocar el enfoque, sino partir además del supuesto de que es irreversible. Y aunque aceptemos la irreversibilidad del proceso de desarrollo de la industria y de los sistemas tecnológicos, eso no significa que podamos suponer que no existe para los hombres una alternativa social que nos permita convivir con las máquinas, y no solamente sufrirlas.

Claramente, el documental plantea la ciudad moderna como un sistema tecnológico del que los hombres son simplemente apéndices, que acuden a sus terminales para comer, divertirse, dormir, entretenerse, aprender, sufrir, curarse, morir, moverse, etc. Cada acto de participación en el sistema tecnológico, supone una claudicación, un refuerzo del sistema y un sometimiento del hombre, pero también, un aumento objetivo del entramado técnico. Ya no se trata solamente del obrero, como afirmaba Marx, no es el obrero el que es un apéndice de la máquina, sino que todo hombre, por serlo, o es un apéndice de las máquinas, o simplemente, no es hombre. Si incluimos aquí entre las máquinas, al sistema judicial, también los animales que el proyecto simio quiere incorporar a los derechos y deberes en mundo podrán tener su papel productivo particular.

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